Y por qué esta historia desmonta cualquier relato simplista sobre bandos, culpables y ‘verdugos’ inventados
Ficha de entrada
Tema: relato documentado sobre Francisco Baena Jiménez, mi abuelo, abogado y secretario municipal de Torrelaguna (Madrid), asesinado por milicianos de la CNT/FAI el 7 de agosto de 1936 por defender, entre otros, a unas religiosas de clausura.
Objetivo:
mostrar que la historia familiar es profundamente antimaniquea,
explicar el trauma que marcó la vida de mi padre,
desmontar la idea de motivación represiva o ideológica,
evidenciar la brutal superficialidad del relato de Ríos Carratalá.
Material: testimonios familiares, documentos civiles, cartas, archivos, datos históricos del Ayuntamiento de Torrelaguna, referencias de memoria democrática y mis textos elaborados en agosto y septiembre.
Antes
de que Ríos Carratalá escribiera su relato,
antes de que los
medios repitieran sus palabras,
antes de que EFE convirtiera una
suposición en titular,
existía una historia más profunda,
dolorosa y documentada:
la historia de mi abuelo, Francisco
Baena Jiménez,
asesinado
en 1936 por defender a muchos inocentes
de los abusos de los
autodenominados “demócratas” milicianos de la CNT/FAI e
igualmente etiquetados como tales por catedráticos
en
un momento de barbarie absoluta.
Ese
crimen —sí, crimen—
no aparece en las páginas que escribió
el catedrático.
No fue mencionado por EFE.
No lo citaron
los medios que hablaron de mi padre.
Nadie lo tuvo en cuenta
antes de señalar.
Pero
está en los documentos,
en los archivos,
en los
testimonios familiares,
en la memoria de quienes sobrevivieron.
Y
es imposible comprender la vida de mi padre
sin comprender antes
la muerte de su padre.
1. Torrelaguna, agosto de 1936: la violencia que no cabe en un relato simplista
Torrelaguna
vivió, como tantos municipios de España,
la violencia desatada
del verano del 36:
checas improvisadas,
abusos contra
religiosas, religiosos y laicos,
saqueos,
ejecuciones
extrajudiciales,
y listas negras elaboradas por grupos
incontrolados.
Mi
abuelo, abogado y secretario municipal,
fue asesinado por haber
defendido a las monjas Carmelitas de la localidad,
a las que
ayudó a huir proporcionándoles ropa seglar;
a D. Juan Ricote,
capellán de las monjas de clausura, quien sí atendió su aviso y
salvó la vida;
que no quisieron marcharse porque “no temían nada: no hacían mal a nadie, solo ayudaban a su feligresía”,
y que fueron asesinados días antes que él.
Todo
esto consta en el Registro Civil de Torrelaguna,
tal y como lo
dejó escrito el hermano menor de mi padre —así lo supe
inicialmente tras preguntar entre mis primos—
y como después
verifiqué personalmente tras hablar con un historiador local
y
un sociólogo que conocían bien aquellos hechos y los tenían
documentados....
Y,
especialmente,
fue asesinado por negarse a participar en un abuso:
la detención
y entrega de las religiosas de
clausura concepcionistas
franciscanas de la localidad,
a las que pretendían saquear y
acosar sexualmente
los milicianos armados de la CNT/FAI.
Mi
abuelo se negó.
Las defendió.
Intentó sostener un mínimo
de humanidad en el infierno.
La
respuesta fue inmediata:
lo sacaron de casa —que también
saquearon—,
lo golpearon,
lo humillaron,
lo pasearon
como si fuera un trofeo,
y finalmente lo asesinaron en
la misma capilla de las monjas de
clausura a
las que defendió,
dejando
una viuda con cuatro hijos menores en absoluta indigencia y
el hijo mayor sin poderse acercar a Torrelaguna porque pretendieron
darle el mismo final que a mi abuelo (Solían asesinar padre con
hijo, como hicieron con el colega de mi abuelo, el secretario de
Patones y su hijo Pablo de 16 años....
Todo
esto está documentado.
No es mito familiar.
No es
interpretación.
Mis
tíos, mis primos, mi padre, mis hermanos y yo mismo
crecimos
viendo las lágrimas de mi abuela. Nunca lo superó.
Su
asesinato fue reconocido incluso por el propio Estado en 2023,
al
declarar a Francisco
Baena Jiménez
víctima de guerra
según la Ley de Memoria Democrática.
2. La persecución contra mi padre: un joven de 21 años, licenciado en Derecho, marcado por el exilio
Cuando
mataron a mi abuelo,
mi padre tenía 21
años.
Había
terminado su Licenciatura en Derecho en junio del 36 (aunque
Ríos Carratalá no quiera reconocerlo).
Estaba
empezando a preparar oposiciones en Madrid.
Y de repente:
su padre es asesinado;
la familia queda señalada como “enemiga”;
él mismo es perseguido, detenido y torturado;
acaba en una checa (Ríos Carratalá lo niega…);
ni siquiera lo salva un salvoconducto firmado por Luis Jiménez de Asúa,
amigo y colega de mi abuelo, catedrático de la Facultad de Derecho,
uno de los juristas más prestigiosos de la República.
Mi
padre acudió a él desesperado, sin saber a quién más
recurrir.
Los chequistas que lo detuvieron le dijeron,
salvoconducto en mano:
“Reza:
ese es más facha que tú.”
Esta
conversación la escuché repetida en mi casa,
aunque mis
mayores hablaban muy poco de la guerra.
El documento estuvo
durante muchos años en casa y era conocido por mis primos.
se refugia en la Embajada de Chile;
huye a Francia (también lo niega Ríos Carratalá), donde lo pasa muy mal;
regresa tras la guerra, marcado emocional y físicamente.
Esa
es la biografía real.
Ese es el contexto.
Eso es lo que un
académico responsable habría considerado
antes de atribuirle
el papel de “verdugo”. Es más fácil decir que fue una
víctima franquista, como lleva una década publicando y así su
relato sobre los funcionarios franquistas, tiene más credibilidad,
aunque sea pura fantasía y ficción del ilustre catedrático…,
pues en esa época mi padre no era funcionario, aunque Ríos le
otorgara esa falsa distinción para construir su relato...
Pero
la realidad era demasiado compleja
para los relatos que
necesitan héroes y villanos prefabricados.
3. La llegada a la posguerra: servicio militar obligatorio, no vocación militar ni represiva
Cuando
mi padre regresó,
no volvió como “represor” ni como
“hombre duro”.
Volvió como un exiliado que había sido
víctima de un bando —el suyo—
y ahora tenía que sobrevivir
en el otro.
Aquí
el relato de Ríos muestra su mayor crudeza:
convertir
el dolor de una víctima en culpabilidad histórica.
Mi
padre ingresó en Justicia Militar
porque era joven, licenciado
en Derecho —no entraba cualquiera, sin
formación y todos
voluntarios para obtener favores, como afirma falsamente Ríos—
y
estaba cumpliendo
servicio militar obligatorio.
No
tenía rango para decidir nada.
No condenó a nadie.
No
formó parte de ningún consejo de guerra.
No pidió pena para
Miguel Hernández ni para ningún otro.
Lo
dice la sentencia de Alicante.
Lo dicen los archivos
públicos.
Lo dice la documentación militar.
4. ¿Cómo ignoraron todo esto quienes difundieron el bulo?
Muy
sencillo:
no
buscaban historia, buscaban narrativa.
Los medios ignoraron deliberadamente:
el asesinato de mi abuelo por milicianos republicanos
(nada de “víctima franquista”, como insinúa malintencionadamente Ríos);el exilio de mi padre (que también niega Ríos);
la tortura previa (según Ríos, no estuvo en checas…);
el salvoconducto de Jiménez de Asúa;
la persecución sufrida;
su papel estrictamente administrativo sin intervención judicial
(manipulado y tergiversado por Ríos);los documentos que prueban su inocencia.
Todo
lo que contradecía el relato se lavó.
Todo
lo que encajaba en el estereotipo de “represor franquista” se
amplificó.
5. La gran paradoja moral: señalar como verdugo al hijo de una víctima
El relato de Ríos (“teatrólogo”, autodefinido así por él mismo) logra una perversión histórica en dos actos:
Acto
1:
El padre
(mi abuelo) es asesinado por milicias extremistas en 1936,
a las
que cierto catedrático se permite llamar “democráticas”.
Acto
2:
Décadas
después, ese mismo catedrático presenta al hijo
como miembro
ejemplar de la represión.
La
víctima se convierte en verdugo.
El perseguido, en
perseguidor.
El joven exiliado, en “duro”.
Y
todo ello:
sin consultar archivos, o manipulándolos,
sin
pedir documentos,
sin hablar con la familia —mintiendo al
sugerir que lo hizo—,
y sin el menor respeto por la verdad.
6. Conclusión: la historia familiar real desarma el bulo
Cuando
se coloca en contexto la vida de mi padre,
cuando se comprende
la tragedia de mi abuelo,
cuando se leen los archivos completos
y sin sectarismo,
cuando se consulta el expediente en vez de
inventarlo,
cuando se escucha la sentencia 311/2021,
cuando
se analiza la documentación…
El bulo cae por su propio peso.
Porque
la verdad no encaja con el relato inventado.
La historia de mi
familia demuestra algo esencial:
No
hubo “verdugos”.
Hubo víctimas de todas las violencias.
Y
entre ellas estaba mi abuelo.
Y entre ellas estuvo mi padre.
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