Cómo Juan Antonio Ríos Carratalá construyó, difundió y mantuvo una atribución falsa que dañó a un hombre fallecido y a su familia
Ficha de entrada
Tema: análisis en profundidad del papel central de Ríos Carratalá en la construcción y difusión inicial del bulo.
Objetivo: exponer, con documentación y sin estridencias, cómo se gestó la falsedad y por qué tuvo tanto recorrido.
Material utilizado:
Mis escritos,
intervenciones de Ríos (entrevista en la SER 2016 incluida),
artículos y posts del blog Varietés y República,
omisiones documentales,
sentencias y archivos.
Hay
un punto que conviene dejar claro desde el principio:
el
origen del bulo no está en la Agencia EFE, ni en los medios, ni en
Twitter.
El
origen está en un académico con nombre y apellidos:
Juan
Antonio Ríos Carratalá,
catedrático de Literatura
Española en la
Universidad de Alicante.
Un académico que, lejos de actuar con el rigor exigible a su posición, construyó una atribución falsa sobre mi padre que luego se convirtió —por repetición, amplificación y credulidad mediática— en “verdad pública”.
No
fue un error inocente.
No fue un desliz menor.
No fue una
mala interpretación puntual.
Fue una atribución
sin pruebas,
repetida durante años, sostenida incluso después de las
correcciones judiciales, mediáticas y documentales.
Voy a intentar reconstruir, paso a paso, cómo se creó el relato.
1. Cuando la ideología sustituye al archivo
Ríos Carratalá partió de una premisa simple, pero equivocada:
Si había un funcionario con apellido Baena en la Sección de Justicia Militar,
y si hubo un consejo de guerra contra Miguel Hernández,
entonces ese Baena debía ser “el secretario que lo condenó”.
Eso
no es investigación.
Eso es rellenar
huecos ideológicos con nombres reales.
Del
archivo apenas extrajo nada relevante.
De los documentos
esenciales, ninguno.
No pidió el sumario completo o no quiso
verlo.
No cotejó las firmas.
No comparó los
roles.
Consultó el expediente militar de mi padre (en ese
momento saltándose la legislación vigente al respecto, algo que le
permitieron desde la jefatura de la institución que lo custodia, tal
y como me informó el responsable que le sucedió. Su antecesor hizo
una interpretación que no compartía) y como el catedrático no
encontró lo que quiso hizo sus aseveraciones sin fundamento.
Actuó
desde una idea previa:
encajar
la figura de mi padre en un relato antifranquista de buenos y malos.
Y
cuando uno empieza desde la ideología y no desde el archivo, el
resultado es siempre el mismo:
la
mentira.
2. La entrevista de la SER (2016): el primer acto de amplificación.
Primer acto de ampliación del que tengo noticia, con la seguridad de que habría otras actuaciones anteriores, “más de lo mismo” (frase que le incomoda al catedrático cuando es mi padre quien en algún momento la escribió)
Poco se habla de esto, pero es importante:
En Radio Alicante (Cadena SER), Ríos presentó su tesis sobre el “alférez Baena” con una seguridad que jamás habría debido tener:
afirmó que mi padre era el secretario del consejo de guerra,
afirmó que tenía un papel decisivo,
afirmó incluso que había solicitado pena para Miguel Hernández.
Nada
de eso era cierto.
Ni una sola afirmación tenía soporte
documental.
Pero
la SER le dio micrófono.
No preguntó.
No contrastó.
No
pidió documentos.
No consultó archivos.
Y, por supuesto,
nadie me llamó.
Ese
momento —esa entrevista— fue la chispa que encendió todo lo que
vino después.
Y la prueba está en que aún hoy se siguen
repitiendo frases que él introdujo allí.
Esa entrevista —aún disponible hoy en la web de la Cadena SER— https://play.cadenaser.com/audio/085RD010000000025650/
Transcripción y comentario detallado en mi
web:
www.antonioluisbaenatocon.es/l/nos-vemos-en-chicote-2016-y-2025
https://www.antonioluisbaenatocon.es/l/el-origen-del-engano-2015-2016/
3. Los artículos y el blog: insistir para convertir un error en “verdad”
Entre 2016 y 2023, Ríos publicó artículos y entradas en su blog Varietés y República donde:
repetía la atribución falsa,
añadía valoraciones morales (“verdugo”, “severidad”, “represión”),
citaba frases que no están en ningún archivo,
cargaba tintas ideológicas para dar dramatismo,
presentaba hechos dudosos como certezas absolutas.
Incluso
cuando se le mostró la falsedad,
incluso cuando le escribí
personalmente,
incluso cuando retiró parte de los textos,
nunca
rectificó públicamente.
Dijo
que los quitaba “por amabilidad”.
No por reconocimiento del
error.
No por respeto a la verdad.
No por ética académica.
Por “amabilidad”.
4. EFE, SER y medios diversos: el eco perfecto del académico confiado
Los
medios adoran un catedrático que habla con vehemencia.
Y Ríos
habla siempre con absoluta seguridad.
No duda.
No matiza.
No consulta.
No corrige.
Habla
como hablan quienes creen tener la razón porque tienen un título
académico.
Y esa seguridad fue suficiente para que:
EFE reprodujera su tesis sin verificar,
periódicos la repitieran en automático,
tertulianos la asumieran como hecho,
usuarios de redes la multiplicaran sin filtro.
La
autoridad académica funcionó como un sello de garantía falso.
Pero
eficaz.
5. Su principal omisión: jamás pidió los expedientes reales de mi padre.
Sí solicitó el expediente militar —como explico en el punto 1, “Cuando la ideología sustituye al archivo”—, y lo leyó a su manera.
Y aquí está lo demoledor.
Para
sostener su afirmación, Ríos necesitaba una sola cosa:
aclarar
correctamente lo que aparecía en ese expediente militar
y, sobre todo, consultar
el expediente administrativo y profesional de mi padre.
Ese expediente lo aporté yo mismo al Juzgado tras localizarlo
previamente e
investigarlo personalmente en los archivos correspondientes. De
hecho, gracias a mi trabajo, él llegó a conocer su existencia.
En la vista judicial quedó claro que Ríos buscaba allí cualquier detalle —por insignificante que fuera— para convertirlo en un “hallazgo” interpretado con ojos del siglo XXI, siempre para reforzar su propio relato. Él es, según proclama, el catedrático riguroso (que siempre tiene razón). Tanto, que llega a inventarse que mi padre era funcionario en 1934, cuando en realidad aún estaba estudiando, solo para encajar su tesis tal como la presenta en “Nos vemos en Chicote”.
La prisa con la que quiso presentar su “descubrimiento” —“más propia de un alumno de primero deseoso de entregar un trabajo” que de un investigador serio— deja en evidencia el nivel de rigor profesional del que presume.
Porque la verdad es simple:
Jamás lo pidió.
Nunca lo citó.
Nunca lo comentó.
Nunca lo cotejó.
Nunca lo consultó.
Su
relato no se construyó sobre documentos, sino sobre deducciones
ideológicas.
Y
cuando un académico sustituye el archivo por suposiciones,
lo
que produce no es historia:
es
ficción ideologizada.
6. La sentencia 311/2021 dejó a Ríos sin argumento… pero no rectificó
Cuando el Juzgado de Alicante dictó la Sentencia 311/2021, la atribución falsa quedó aniquilada.
El juez dijo:
que mi padre NO formó parte del consejo de guerra,
que NO pidió pena alguna,
y que la atribución era errónea.
Ríos tenía tres opciones éticas:
Rectificar.
Pedir disculpas.
Guardar silencio dignamente.
Eligió
la cuarta:
seguir
insistiendo en que él tenía razón,
pese a que un juez, los archivos y la documentación demostraban lo
contrario.
La negación de la evidencia es siempre un síntoma de que el relato importa más que la verdad.
7. El problema no es solo el error: es la persistencia en él
Todos
podemos equivocarnos.
Pero lo inadmisible es:
equivocarse en público,
causar daño real,
ser advertido del error,
tener pruebas de que es un error,
y aun así seguir sosteniéndolo.
Eso
no es un descuido.
Eso es un acto consciente.
Un
académico serio habría agradecido la corrección.
Un académico
honesto habría publicado una rectificación.
Un académico
riguroso habría revisado sus fuentes.
Pero
Ríos Carratalá hizo lo contrario.
Y ese acto ha generado un
daño enorme.
8. Conclusión: el origen tiene nombre
La
Agencia EFE amplificó.
Los medios replicaron.
Algunos
tertulianos añadieron su propia cosecha.
Las redes insultaron.
Pero
el origen de la mentira tuvo una
sola pluma responsable:
la
del catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá.
Sin
su afirmación inicial,
sin su relato ideologizado,
sin su
falta de contraste,
sin su insistencia,
no habría existido bulo.
Y la vida de mi padre —y la dignidad de mi familia— no habrían sido dañadas.
La
verdad importa.
Y la responsabilidad intelectual también.


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