Entrada original
Fecha: sábado, 19 de diciembre de 2020
Título
en el blog de Ríos Carratalá: De mentiras y
franquistas: entrevista en La memoria, de Rafael Guerrero
Enlace:
https://varietesyrepublica.blogspot.com/2020/12/entrevista-en-la-memoria-de-rafael.html
Tipo de alusión
Indirecta pero inequívoca. No menciona a Antonio Luis Baena Tocón ni a su hijo, pero el título y la frase “el franquismo necesitaba la mentira para subsistir” sirven como paraguas para etiquetar como franquistas a todos los que no encajan en su relato.
Estrategia discursiva
No entrevista: legitima. Usa el marco del programa radiofónico para reforzar la idea de que cualquier vida que no encaje en su versión es cómplice del franquismo. No distingue entre quienes vivieron bajo aquel régimen por imposición histórica y quienes lo defendieron activamente.
Puntos discutibles
Equipara vivir en el franquismo con ser franquista.
Afirma que “franquismo y mentira” eran inseparables, pero calla sobre las falsedades que él mismo ha repetido durante años.
Utiliza el título como acusación ideológica sin pruebas.
No contrasta hechos, reafirma creencias.
Proyecta su ideología sobre personas fallecidas, que no pueden defenderse.
Réplica narrativa: ¿Franquista, yo? Pregúntele a Anguita
El título De mentiras y franquistas no es solo provocador: es una condena en bloque. Ríos Carratalá no se limita a opinar, señala. No analiza vidas concretas: las aplasta dentro de una etiqueta. Si viviste en la dictadura, franquista. Si trabajaste, aunque fuera donde pudiste, también. Si no le das la razón, entonces formas parte de la mentira que —según él— sostenía al régimen.
No cita el nombre de mi padre, Antonio Luis Baena Tocón. Pero cuando se escribe que “el franquismo necesitaba la mentira para subsistir y mantenerse en el poder” y se asocia ese mensaje a cualquier servidor público de la época, el dardo está lanzado. La acusación, camuflada de memoria, cae sobre todos los que no caben en su relato.
La realidad, a diferencia de los moldes ideológicos, no siempre
es cómoda ni uniforme.
Cuando Julio Anguita llegó a la
alcaldía de Córdoba, se refirió públicamente a la anterior
corporación municipal como franquista. No era un ataque
personal, pero la palabra flotó en el aire con todo su peso. Mi
padre, que entonces ocupaba su puesto por oposición, le respondió
con respeto y firmeza:
—“No es lo mismo ser franquista que haber vivido en tiempos de Franco. Y su propio puesto, si me permite, también se lo debe a una administración que existía entonces.”
Anguita no discutió. Asintió. Y, al menos con él, no volvió a usar ese término.
Esa escena vale más que cualquier etiqueta: hay momentos en los que la memoria se cruza con la dignidad y entonces sobran los discursos.
Mi padre no fue franquista. Fue un exiliado que volvió sin privilegios, aprobó unas oposiciones y trabajó con honestidad donde pudo, no donde quiso. No reprimió a nadie, no ascendió pisando a otros, no usó el poder para beneficio propio. Fue un hombre silencioso en tiempos de ruido, íntegro en tiempos de consignas.
Llamarle franquista es una injusticia. Repetirlo con arrogancia, una cobardía. Disfrazarlo de memoria colectiva, una manipulación. Porque si toda mentira necesita un régimen que la sostenga, también hay regímenes de opinión que se alimentan de falsedades repetidas. Y en eso, Ríos Carratalá, usted sí tiene experiencia.
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