jueves, 3 de julio de 2025

CUANDO EL FANATISMO SE DISFRAZA DE SÁTIRA

 

El "enfado" de Yolanda Díaz, la burla académica y la obsesión ideológica que etiqueta según convenga.


En su reciente tercera y brillante parodia, Juan Manuel Jiménez Muñoz retrata a Yolanda Díaz envuelta en un enfado cósmico, geológico, ecológico y hasta chiripitifláutico por la corrupción… de su propio gobierno. “Muy, muy, muy enfadada”, insiste, mientras se burla de una clase política que ha perdido toda coherencia pero se aferra al gesto teatral como si bastara con eso para lavar culpas.

La ironía es clara: quien gobierna no puede pretender ser oposición al mismo tiempo. No se puede estar dentro y fuera a la vez, ni indignarse con lo que tú misma consientes. Pero lo más inquietante no es el cinismo de los cargos públicos, sino el aparato ideológico que los rodea, que justifica lo que haga falta, siempre que el que lo haga sea "de los suyos".

Y ahí entra Ríos Carratalá, el catedrático que no solo interpreta los documentos según le conviene, sino que se permite caricaturizar la trayectoria profesional de mi padre, interventor del Ayuntamiento de Córdoba, con una afirmación tan gratuita como falsa: que “le alteraban los despilfarros de los demócratas”. ¿Y si hubieran sido de otros? ¿Hubiera callado, aplaudido o se hubiera sentido aliviado?

Ese sarcasmo no es inofensivo. Es sectario, burlesco y cruel, porque se lanza contra alguien que ya no puede defenderse. Ríos no critica una gestión ni un hecho probado: construye una caricatura para alimentar su relato ideológico, y utiliza el humor como escudo para no tener que rendir cuentas.

Pero lo que de verdad le molesta a Ríos —y a quienes piensan como él— no es el despilfarro, sino quién lo comete. Si lo hace alguien de su credo, hay excusas. Si lo hace alguien que no encaja en su marco ideológico, entonces es corrupto, reaccionario o fascista. Y si ya está muerto, mejor: no puede replicar.

Esa es la lógica del fanatismo: no importan los hechos, importa la etiqueta. Y como las etiquetas las ponen ellos, pueden convertir a un presidente socialista en ultraderechista, a un técnico honesto en franquista, y a una crítica razonable en un ataque fascista.

Por eso es importante contar lo que ha pasado, aunque no tengamos micrófonos ni cátedras. Porque mientras unos nos llaman a gritos lo que no somos, nosotros nos afanamos en demostrar —con pruebas, archivos y memoria— lo que de verdad fueron quienes amaron el deber, no la ideología.

DEL SAQUEO FISCAL AL SAQUEO MORAL

 

Sobre planes de pensiones, justicia desigual y el victimismo de quienes manipulan con total impunidad.


En otra reciente publicación, el médico jubilado y escritor Juan Manuel Jiménez Muñoz no se anda con rodeos. Describe la caída de Santos "Cerdín" —dirigente socialista encarcelado por corrupción— con una mezcla de sarcasmo y hartazgo que muchos compartimos, aunque no nos atrevamos a decirlo en voz alta. Lo presenta como parte de una "Banda del Peugeot" que llegó a la política ya corrompida, no para mejorar la democracia, sino para servirse de ella.

La escena que retrata es grotesca: sobrinitas, prostíbulos, contratos, mordidas, amnistías, televisiones compradas y toda una maquinaria de manipulación al servicio de un poder que ha perdido la vergüenza. Y mientras tanto, nosotros —los ciudadanos de a pie— pagando.

Y no es una forma de hablar. En mi caso, ese "pagar" ha sido literal, continuo y agotador. Para poder afrontar los costes judiciales derivados del caso de difamación sobre mi padre, he tenido que recurrir a los ahorros de toda una vida. He rescatado planes de pensiones que Hacienda me ha exprimido sin compasión por haber tenido que sacar cantidades importantes en sucesivos periodos. Lo que debía servir como apoyo en la jubilación, se ha convertido en un castigo fiscal que no solo impide continuar con ciertas acciones legales necesarias, sino que consume el patrimonio que uno esperaba legar a sus hijos. ¿Será para pagar la escena grotesca de la que hablábamos?...

Pero el coste no es solo económico, ni puntual: es estructural, sostenido y desigual. Mientras el difamador se presenta como víctima mediática y recibe apoyos públicos, quien intenta defender la memoria del difamado carga con todo:

  • Años de gastos legales en abogados, procuradores, peritos informáticos y médicos;

  • Desplazamientos frecuentes a múltiples fuentes archivísticas (militares, civiles, religiosas, particulares, entrevistas con expertos, registros civiles, familiares repartidos por España...);

  • Trabajo documental: lectura, informes, reprografía, adquisición de libros y documentación histórica especializada;

  • Denuncias en comisaría por delitos digitales: suplantaciones, amenazas, acoso en redes, injurias;

  • Y un evidente desgaste psicológico, físico y moral (otra vida...) que no es fácil cuantificar.

Esa es la verdadera desigualdad: la del que lucha contra la mentira con sus propios medios frente al que engaña y difama desde la tribuna y es aplaudido por su entorno ideológico. Porque, no nos engañemos, el señor Juan Antonio Ríos Carratalá no actúa en solitario. Tiene cobertura, proyección, y hasta defensores académicos que lo presentan como mártir… por tener que pagar su propio juicio.

La paradoja no puede ser más amarga: los verdaderos afectados pagan el precio más alto, mientras los que manipulan y difaman desde sus púlpitos ideológicos se revisten de víctimas. Con dinero público, con impunidad institucional, y con el beneplácito de quienes deberían velar por la justicia y la memoria, no por su caricatura.

¿TODO EL QUE DISCREPA ES FASCISTA?

 Cuando la etiqueta sustituye al argumento y el catedrático de la verdad única reparte carnés ideológicos, incluso a los muertos.


En una de sus últimas publicaciones, el médico y escritor Juan Manuel Jiménez Muñoz recoge con ironía una afirmación reciente de Felipe González:

"No votaré nunca más al Partido Socialista ni a ningún otro partido que haya apoyado esta barrabasada de la amnistía".

Y añade con su estilo habitual:

Maldito ultraderechista.

No es solo una sátira eficaz, sino también un retrato certero de los tiempos que corren: basta con disentir —aunque sea desde la experiencia, desde la historia o desde el sentido común— para que te coloquen el cartel de “ultraderecha”, “facho”, “franquista” o “enemigo de la democracia”. Incluso si fuiste presidente del Gobierno durante catorce años.

El mecanismo no es nuevo. Ya en campaña, tras las elecciones, Txiqui López hablaba del “facherío” refiriéndose alegremente a once millones de votantes que no dieron su apoyo al PSOE. Para algunos, la pluralidad democrática es aceptable solo si votas lo correcto, es decir, lo que ellos aprueban.

Y en esta dinámica del insulto fácil y la descalificación automática, destaca el caso del catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá, Catedrático de Literatura Española de la UA, se presenta como historiador pero actúa como militante con toga académica. A diferencia de otros, él no se limita a etiquetar a los vivos: se atreve a señalar como fascistas y franquistas incluso a personas ya fallecidas. Y lo hace sin pruebas, sin respeto y, desde luego, sin derecho a réplica por parte del difamado ni de su familia.

Es el caso de mi padre, al que este señor ha utilizado como ejemplo recurrente en sus trabajos, no para aportar una lectura rigurosa o un contexto serio, sino para encajar una ficción ideológica donde todo lo que no se ajusta a su credo es sospechoso, autoritario o indigno.

Lo preocupante no es solo la mentira o la falta de ética profesional, sino la naturalidad con la que se reproduce este tipo de discurso en algunos medios y círculos académicos, como si se tratase de un dogma incuestionable. Y mientras tanto, quienes intentamos defender la memoria de nuestros seres queridos, sin altavoces ni padrinos ideológicos, somos ignorados, ridiculizados o silenciados.

Decía Juan Manuel, con humor amargo, que ya cualquier discrepancia te convierte en fascista. Yo añadiría que, en algunos casos, basta con haber vivido en otro tiempo, haber trabajado con rigor, y no pertenecer a la red clientelar del presente, para ser difamado como tal incluso después de muerto.

miércoles, 2 de julio de 2025

DE VUELTA A FACEBOOK, CON LA VERDAD POR DELANTE

Después de semanas de incertidumbre, bloqueo y suplantación de identidad, recupero por fin mi cuenta original de Facebook. Vuelvo a escribir desde ella con la misma intención que me llevó a abrirla en 2020: defender la memoria de mi padre, Antonio Luis Baena Tocón, frente a quienes han manipulado su historia con fines ideológicos. Esta es la explicación de lo ocurrido, y de por qué decidí no callarme más.


En junio de 2020 escribí mi primera publicación en esta cuenta con la intención de abrir un canal respetuoso y sincero sobre un tema muy delicado para mí: la memoria de mi padre, Antonio Luis Baena Tocón, cuya trayectoria ha sido reescrita de forma sectaria e ideológica por quienes se han empeñado en utilizar su nombre —ya fallecido y sin derecho a réplica— como parte de un relato manipulado del pasado.

Desde entonces he intentado mantener la serenidad y el respeto, incluso permaneciendo en silencio durante mucho tiempo por consejo de mis abogados. Mientras tanto, el difamador y quienes le aplauden han gozado de altavoces en prensa, blogs y redes, construyendo una versión que nada tiene que ver con los hechos ni con los documentos. A mí, en cambio, se me ha negado el derecho a réplica en muchos espacios públicos que presumen de pluralismo y libertad de expresión.

Hubo un momento en que decidí no callarme más. Desde entonces he utilizado esta cuenta para compartir mis escritos, reflexiones y documentos a través de la web 

www.antonioluisbaenatocon.es,

donde desde diciembre de 2024 he comenzado a publicar artículos en un blog que, con el tiempo conformarán, en mayor o menor medida, parte de un libro a medio plazo. Un libro que no busca revancha, sino justicia y verdad frente a la falsedad, la difamación y el desprecio gratuito.

A finales de mayo alerté desde mi propia cuenta de Facebook de intentos de hackeo. Lo confirmé después: mi cuenta fue suplantada, cambiaron mi nombre e imagen, y estuve bloqueado algo más de un mes. Todo esto coincidió —casualmente o no— con la publicación de nuevos textos en defensa de la memoria de mi padre.

Hoy Facebook me ha comunicado oficialmente que mi cuenta cumple las normas comunitarias y me ha restituido el acceso. La denuncia presentada ante la Policía y el contacto con la sede central de Meta en Dublín probablemente han ayudado a desbloquear esta situación.


👉 Algunas consecuencias:

  • He perdido contactos y conversaciones de Messenger.

  • Mi identidad fue suplantada, por lo que puede que aún haya confusión con imágenes o nombre antiguos.

  • Algunos contactos han desaparecido sin explicación. Probablemente fueron bloqueados desde mi propia cuenta por quienes llevaron a cabo la usurpación de identidad.


🎯 Aclaración final:

No retengo a nadie. Quien quiera irse, que lo haga libremente (Hay quien se queja, incluso en sesión judicial de que tenga "amigos comunes", lo que me parece altamente infantil y ridículo). Y quien desee seguir recibiendo información veraz y documentada sobre el caso que me ocupa, será siempre bienvenido. No me estorba nadie.


🗝️ La verdad no se borra con bloqueos. Y la memoria no se hackea.

CUANDO EL FANATISMO SE DISFRAZA DE SÁTIRA

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