sábado, 5 de julio de 2025

RESPUESTA A ÁNGEL VIÑAS: CUANDO EL CORPORATIVISMO ACADÉMICO REEMPLAZA LA VERDAD

 Sábado, 5 de julio de 2025

Durante años he permanecido en silencio ante las falsedades que algunos académicos han difundido sobre mi padre, Antonio Luis Baena Tocón. Lo he hecho por respeto, por prudencia, por el dolor que provocan ciertos ataques, y también —debo decirlo— por indicaciones expresas de mis letrados anteriores. Confiaba, quizá ingenuamente, en que el rigor profesional terminaría imponiéndose frente a la propaganda disfrazada de erudición. Pero cuando esas falsedades no solo se repiten, sino que se amplifican desde el púlpito del prestigio, sin haber contrastado fuentes ni documentos, la respuesta se vuelve un deber.


Fuente: elDiario.es. Foto de Marta Jara
Fuente: elDiario.es. Foto:Marta Jara

Me refiero en concreto al artículo publicado por Ángel Viñas en su blog personal bajo el título “El caso del alférez secretario del consejo de guerra que condenó a Miguel Hernández”, así como a otras declaraciones suyas recogidas en medios como Infolibre y en su entrada de junio de 2019. En todos estos textos, el señor Viñas ha respaldado, sin conocer los documentos, una versión deformada de la vida de mi padre, basada en afirmaciones del profesor Juan Antonio Ríos Carratalá que han sido objeto de un procedimiento judicial por vulneración del derecho al honor.

1. Lo que se pidió y lo que se inventó

Dice Ángel Viñas:

“El hijo del alférez en cuestión solicitó a la Universidad de Alicante que el nombre de su padre se retirara de los metadatos que permiten llegar a él en internet.”

FALSO. Lo que se solicitó fue que se retirasen algunas pocas publicaciones del Sr. Ríos Carratalá en las que se decían falsedades evidentes sobre mi padre o, en su caso, que se corrigieran. Me refiero a afirmaciones tan graves como que era abogado, que fue miembro del consejo de guerra contra Miguel Hernández, que firmó su condena a muerte, etc. No se pidió borrar su nombre de internet ni silenciar investigaciones: se pidió rectificar lo que nunca fue cierto.

Presentar esa solicitud legítima como un intento de censura, como hace Viñas, no solo es una distorsión interesada, sino una estrategia burda para generar alarma entre sus lectores y blindar a su colega mediante un victimismo de cátedra.

2. Mi padre no formó parte de ningún consejo de guerra ni pidió la pena máxima contra Miguel Hernández

Una de las falsedades más graves —sostenida por Ríos Carratalá y asumida sin crítica por Viñas— es la atribución directa de la condena de Miguel Hernández a Antonio Luis Baena Tocón.

“Servidor no llegaría a afirmar que el secretario del consejo de guerra que condenó a muerte a Miguel Hernández pueda ser, en el futuro, un personaje recubierto de significación histórica…” (Viñas)

El problema no es la especulación sobre su relevancia histórica. El problema es que mi padre no formó parte de ese consejo de guerra, ni pidió la pena máxima contra Miguel Hernández, ni firmó su condena a muerte. Así ha quedado reconocido y acreditado por la Sentencia del Juzgado de lo Contencioso Administrativo de Alicante, en una resolución que el Sr. Ríos Carratalá, junto a sus defensores y palmeros, ha preferido silenciar.

No es una cuestión opinable: los documentos judiciales desmienten los hechos que ellos siguen publicando.

3. Mi padre no fue funcionario en 1934 ni represor tras la guerra

Ríos afirmó que mi padre era funcionario desde 1934 y que ascendió por firmar penas de muerte. Viñas hace suyas esas insinuaciones sin aportar prueba alguna. Todo es falso.

Mi padre estuvo exiliado en Marsella durante buena parte de la guerra, a donde huyó por haber sido gravemente perseguido tras el asesinato de su propio padre, un republicano asesinado por otros republicanos por motivos de fe. No se exilió al estallar la guerra, sino poco después, al agravarse la persecución. Solo regresó a España cuando esta estaba a punto de finalizar, y no fue un funcionario del régimen ni un represor, sino un joven obligado a rehacer su vida tras años de sufrimiento familiar.

El relato que lo convierte en un engranaje más del aparato represivo no tiene base documental, sino intencionalidad ideológica.

4. Viñas admite no conocer los documentos, pero defiende a su colega

En su artículo, Viñas afirma sin rubor:

“No conozco la documentación de los consejos de guerra a que fue sometido Miguel Hernández.”

Y, sin embargo, respalda abiertamente a Ríos Carratalá, repite sus mismos términos —a veces casi con el mismo vocabulario—, y se permite emitir juicios sobre mi padre y sobre mí, presentando mi protesta como un acto de censura.

No puede haber mejor ejemplo de corporativismo académico: una defensa automática entre colegas, sin contrastar fuentes ni asumir las consecuencias del error.

5. La libertad de investigación no protege la falsedad

Viñas envuelve su intervención en grandes principios:

“Recortar a priori la libertad de investigación sobre un pasado tenebroso [...] es incompatible con los valores de una sociedad democrática avanzada.”

Nadie ha recortado esa libertad. Lo que se ha denunciado es que se presenten como resultados de investigación lo que no son más que invenciones. Defender la verdad frente a la mentira no es censura, es responsabilidad. Y si la libertad de cátedra se ejerce con falsedad, pierde su legitimidad y daña la credibilidad de toda la institución.

6. Comparaciones tramposas y analogías grotescas

Viñas acude a un repertorio de comparaciones históricas que resultan profundamente manipuladoras: el molinero Scanella, el capitán Díaz Criado, Queipo de Llano… Lo hace para justificar que se estudie y señale a mi padre como si fuera uno más entre los verdugos del franquismo.

Pero aquí no estamos ante un estudio histórico documentado, sino ante la reescritura de una vida concreta para construir un relato que ya estaba preconcebido. Mi padre no fue represor. No firmó penas de muerte. No formó parte de consejos de guerra. No hay nada en su hoja de servicios que justifique el papel que le han asignado. Solo su nombre y su pasado familiar, manipulados por quien —ni lo conoció ni lo investigó con rigor— necesitaba encajar a alguien en su esquema ideológico.



Conclusión: la verdad no necesita palmeros

Ni Ángel Viñas ni Juan Antonio Ríos Carratalá han demostrado con documentos lo que afirman. Se basan en su autoridad, no en la prueba. Y cuando alguien señala los errores, la respuesta no es la autocrítica, sino la descalificación: “quiere borrar la historia”, “pretende censurar”, “no entiende la investigación”. Lo que realmente se quiere —y se exige— es verdad, no versión.

La historia no puede construirse con el aplauso mutuo de catedráticos ideologizados ni con la manipulación de vidas ajenas. Mientras eso ocurra, seguiré defendiendo el nombre y la memoria de mi padre. No por nostalgia, sino por justicia.

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