sábado, 27 de diciembre de 2025

CUANDO LA MEMORIA SE MANIPULA: EL RELATO QUE SE IMPONE Y LA VERDAD QUE ESTORBA

 

(A propósito de “Los textos antifascistas de Miguel Hernández”, Juan Antonio Ríos Carratalá, 3 de abril de 2024)

Enlace: https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/04/los-textos-antifascistas-de-miguel.html


1. Una reseña que no es inocente

La entrada titulada “Los textos antifascistas de Miguel Hernández”, publicada por Juan Antonio Ríos Carratalá el 3 de abril de 2024, aparenta ser una reseña más sobre una reciente edición de textos del poeta. Nada especialmente novedoso: se subraya el compromiso político de Miguel Hernández, se celebra la labor editorial de Elena Medel y se recuerda su adscripción antifascista.

Sin embargo, una lectura atenta revela que no estamos ante un texto inocente ni meramente divulgativo. Como ya ha ocurrido en otras ocasiones, la entrada sirve de vehículo para reintroducir insinuaciones, juicios y atribuciones falsas que afectan directamente a la memoria de mi padre, Antonio Luis Baena Tocón, y, por extensión, a la de mi abuelo.


2. La apropiación del mérito ajeno

Uno de los aspectos más reveladores del texto es la forma en que Ríos Carratalá parece atribuirse indirectamente parte del mérito del trabajo de la autora, cuando escribe:

“El empeño le ha llevado a consultar una bibliografía actualizada, entre la que figura mi edición de los consejos de guerra de Miguel Hernández”.

No es una mención inocente. No es una referencia neutra.
Es una forma de insertarse en el éxito ajeno, de situarse como autoridad indispensable, como si la solvencia del trabajo de la autora descansara —aunque sea parcialmente— en su propia intervención previa.

Este gesto, repetido en otros contextos, revela una constante: la necesidad de figurar, legitimar y reforzar un protagonismo intelectual incluso cuando no es necesario ni pertinente. Una forma sutil de apropiación simbólica que desdice del rigor que se proclama.


3. La reiteración de una falsedad: mi padre y el sumario

Ríos vuelve a escribir:

“al leer esta recopilación, es inevitable una reflexión sobre la labor realizada por el juez Manuel Martínez Gargallo y el secretario Antonio Luis Baena Tocón en la instrucción del sumario que desembocó en la condena del poeta”.

Esta frase vuelve a atribuir a mi padre funciones que no tuvo.

Mi padre:

  • no fue juez instructor,

  • no tomó decisiones,

  • no dirigió procedimiento alguno,

  • y no ejercía cargo voluntario alguno: cumplía el servicio militar obligatorio.

Pese a ello, Ríos insiste en presentarlo como una figura activa del proceso, como si hubiera tenido capacidad de decisión o de influencia. No se trata de un desliz: es una atribución falsa sostenida en el tiempo, incluso después de haber sido advertido con pruebas documentales.

Y aquí conviene recordar algo fundamental:
esta “huida hacia adelante” no empieza ahora.


4. La verdadera huida hacia adelante: 2019

La huida hacia adelante comienza en 2019, cuando, tras ser advertido de las falsedades que estaba difundiendo, Ríos optó por una estrategia tan conocida como reveladora:
retirar enlaces discretamente y acudir a la prensa para presentarse como víctima.

Fue entonces cuando empezó a decir —con evidente mala fe— que yo pretendía:

  • censurar,

  • reescribir la historia,

  • borrar archivos,

  • limitar la libertad de expresión.

Nada más lejos de la realidad.

Lo único que se pedía —y se sigue pidiendo— es que no se mienta, que no se manipule y que no se atribuyan responsabilidades inexistentes a personas concretas. Convertir esa exigencia mínima de verdad en una cruzada contra la libertad académica es una maniobra que habla por sí sola.


5. Juzgar desde el presente y dirigir el pasado como si fuera teatro

Cuando Ríos escribe que en el sumario “apenas se aportaron muestras significativas de la labor antifascista del poeta”, no solo emite un juicio: se coloca en la posición de quien evalúa cómo debieron actuar otros, como si dirigiera una obra de teatro.

No es casual. Él mismo se define como “teatrólogo”.
Y aquí actúa como tal: distribuye papeles, asigna intenciones, corrige a posteriori lo que otros hicieron en circunstancias extremas, desde la comodidad del presente.

Pero los procedimientos judiciales no eran escenarios, ni los funcionarios actores, ni la historia un guion que pueda reescribirse a conveniencia.


6. La memoria selectiva y el silencio calculado

Ríos insiste en que aquellos tribunales fueron ilegítimos, como si esa afirmación —formulada ochenta o noventa años después— agotara toda reflexión moral.

Pero su memoria es selectiva.

Porque cuando se trata de las víctimas de la violencia republicana, el silencio es absoluto.
Cuando se trata de quienes fueron asesinados por ser creyentes, de quienes fueron perseguidos o ejecutados sin juicio, la memoria se apaga... ¿Quizás procedimientos legales para el catedrático por parte de los que él etiqueta como “demócratas”?

El padre del secretario —mi abuelo— fue una de esas víctimas y, en consecuencia, su familia...
Republicano asesinado por milicias republicanas por su fe.
Y sin embargo, ese dato estorba. Se oculta. Se silencia. O se falsea.

La memoria de esas víctimas parece no merecer espacio en su relato.


7. El doble rasero y la manipulación del foco

Ríos menciona reiteradamente al presidente del Consejo de Guerra, como si ese dato fuese una aportación decisiva. Sin embargo, calla deliberadamente el nombre del verdadero secretario que figura en los documentos.

¿Por qué?

Porque reconocerlo desmontaría años de insinuaciones dirigidas contra mi padre.
Porque rompería el relato construido.
Porque demostraría que se ha estado apuntando en la dirección equivocada.

Los sumarios están disponibles para cualquiera. No son un hallazgo.
La diferencia es que algunos los leen, y otros los utilizan.


8. La memoria no es un arma arrojadiza

No todo vale en nombre de la memoria histórica.

No se puede levantar un relato sobre silencios interesados, ni sacrificar biografías reales para sostener una causa ideológica.
No se puede exigir empatía selectiva ni justicia parcial.

Porque la memoria de quienes sufrieron —todos— merece respeto.

Y porque hay historias que no se olvidan, precisamente porque hubo quienes intentaron borrarlas.


9. Epílogo: la verdad no necesita propaganda

No escribo esto por revancha, ni por ajuste de cuentas.
Lo hago porque la verdad no necesita propaganda, pero sí defensa.

Y porque mientras haya quienes conviertan el pasado en un instrumento de poder simbólico, seguirá siendo necesario recordar que la historia no se escribe contra las personas, sino con los hechos.

DEL “REPELENTE NIÑO VICENTE” AL ADULTO QUE NO ADMITE RÉPLICA

 

El “repelente niño Vicente” y la dificultad de aceptar la contradicción


Comentario a la entrada de blog: Críspulo, ¡¡¡se ha perdido Chencho!!!

Fecha: martes, 23 de diciembre de 2025

Enlace:

https://varietesyrepublica.blogspot.com/2025/12/crispulo-se-ha-perdido-chencho.html

Autor. Juan A. Ríos Carratalá



El “repelente niño Vicente” y la dificultad de aceptar la contradicción


En una reciente evocación navideña, Juan A. Ríos Carratalá se define a sí mismo como “el repelente niño Vicente”. La expresión aparece envuelta en nostalgia, cine en blanco y negro y un tono amable que invita a la sonrisa. Nada que objetar a ese recuerdo personal ni al gusto por la evocación sentimental.

Sin embargo, cuando alguien se autoetiqueta de ese modo, conviene detenerse un momento. No tanto en la anécdota infantil como en lo que esa autodefinición encubre: la necesidad de controlar el relato incluso antes de que exista contradicción. Llamarse a uno mismo “repelente” puede funcionar como una vacuna preventiva: si ya me señalo yo, nadie podrá hacerlo después.

El “repelente”, según el propio relato, no lo sería por arrogante ni por agresivo, sino por “niño bueno”: educado, correcto, ejemplar frente a los trapisondistas de turno. Una etiqueta que, bien administrada, tiene ventajas evidentes. Quien se ríe primero de sí mismo se coloca automáticamente en una posición moralmente confortable, casi inexpugnable.

El problema aparece cuando esa autoironía no conduce a la autocrítica, sino que la sustituye. Cuando el humor deja de ser una forma de inteligencia para convertirse en un escudo. Cuando el “niño bueno”, ya adulto, no parece dispuesto a escuchar a quien le lleva la contraria, incluso cuando esa discrepancia viene acompañada de argumentos, documentos o hechos verificables.


Entonces el gesto deja de ser simpático. La ironía ya no relativiza, sino que protege. El humor no abre diálogo: lo cierra. Y el personaje entrañable se transforma en alguien que no admite fisuras en su propio relato.

No se trata de una cuestión de carácter, sino de método. Porque quien se presenta como razonable y moderado, pero responde a la crítica con descalificación, ironía o silencio, no está dialogando: se está defendiendo. No revisa; se reafirma atacando.

Y ahí es donde la anécdota deja de ser inocente. El problema no es el recuerdo de una infancia ni el gusto por la nostalgia cultural. El problema aparece cuando esa nostalgia sirve para blindar una posición pública, para evitar reconocer errores o para invalidar la palabra del otro.

No se trata de ajustar cuentas ni de polemizar por gusto. Se trata de algo más sencillo y, a la vez, más exigente: aceptar que la verdad no se construye desde el humor defensivo ni desde la superioridad moral, sino desde la disposición honesta a rectificar.

A veces, el “repelente niño Vicente” no es una broma simpática.
Es una explicación.

martes, 23 de diciembre de 2025

CUANDO EL DOLOR AJENO SE CONVIERTE EN MÉTODO

 
(A propósito de “Los familiares de las víctimas”)


La memoria como coartada moral
Víctimas, etiquetas y el historiador justiciero



1. Ficha de la entrada analizada


2. Una entrada aparentemente intachable

A primera lectura, esta entrada parece irreprochable. ¿Quién podría oponerse a la colaboración con los familiares de las víctimas de la represión franquista? ¿Quién podría cuestionar el deseo de recordar a los olvidados o de reconstruir memorias silenciadas durante décadas?

Precisamente por eso resulta tan eficaz. Y precisamente por eso merece ser analizada con cuidado.

Porque el problema no está en el homenaje a las víctimas, sino en quién decide quién es víctima, cómo se la recuerda y a costa de quién.


3. La satisfacción del historiador (y el sectarismo de partida)

Ríos Carratalá abre su texto afirmando:

Una de las mayores satisfacciones de mi trabajo es la colaboración con los familiares de las víctimas de la represión franquista.”

La frase, presentada como declaración ética, tiene una clara carga de autocomplacencia moral. El historiador no solo investiga: se presenta como mediador, consolador y justiciero. Pero hay algo previo incluso a esa autocomplacencia que conviene señalar con claridad: la selección previa de las víctimas.

Desde la primera línea, el autor delimita el campo de interés de su trabajo a las víctimas de la represión franquista, como si:

  • no hubieran existido otras represiones,

  • no hubieran producido víctimas otros bandos,

  • o no merecieran memoria quienes no encajan en su marco ideológico.

Ese punto de partida no es neutro. Marca un sectarismo de origen. No se trata de estudiar la represión en sentido amplio ni de comprender la complejidad del sufrimiento histórico, sino de fijar un único tipo de víctima legítima y, por tanto, un único tipo de victimario.

Las demás víctimas —las que no convienen al relato— quedan fuera del foco, cuando no directamente silenciadas. No porque no existan, sino porque estorban.

Así, la colaboración con los familiares deja de ser un ejercicio abierto de memoria para convertirse en un dispositivo selectivo, donde el historiador:

  • decide a quién se escucha,

  • a quién se legitima como víctima,

  • y a quién se excluye del recuerdo.

Pero el problema no termina ahí.
Porque esa selección no solo reconoce a unas víctimas:
necesita señalar a otros como represores. Y cuando ese señalamiento se hace sin rigor, sin contraste documental suficiente, incluso con manipulación interesada de los documentos y sin conocimiento real de las personas a las que se etiqueta, el daño deja de ser académico y se convierte en daño moral irreparable.

Ahí la memoria deja de ser un acto de justicia y pasa a ser un ejercicio de poder.
No es memoria histórica plural: es
memoria dirigida.
Y cuando la satisfacción del investigador nace ya de esa selección previa, el riesgo de instrumentalizar el dolor ajeno no solo existe:
se convierte en método.


4. “Lo que no dejan huella en los archivos”: el terreno perfecto para la ficción

El autor afirma que recaba información sobre:

aspectos que normalmente no dejan huellas en los archivos”.

Esta frase es clave. Porque ahí se abre un terreno inmenso para:

  • la exageración,

  • la sobredimensión de circunstancias,

  • la interpretación interesada,

  • y la ficción ideológica.

No se trata de negar el sufrimiento real de esas familias. Se trata de señalar que, cuando el archivo desaparece, el historiador sin autocontrol metodológico puede convertir el testimonio en relato cerrado, y el relato en verdad incuestionable.

Más aún cuando ese relato necesita víctimas claras y verdugos etiquetados para que el edificio ideológico se mantenga en pie.


5. Recordar a unos… señalando a otros

Ríos Carratalá escribe que habla con personas:

que anhelan recordar a sus familiares muchas veces olvidados durante décadas”.

Hasta aquí, nada que objetar. El problema aparece cuando ese recuerdo no se limita a rescatar nombres, sino que exige señalar culpables, incluso cuando no se conocen, no se contrastan o no se comprenden las trayectorias reales de las personas a las que se apunta.

Es exactamente lo que ocurrió con la realidad de mi abuelo y mi padre.

En su caso, Ríos Carratalá:

  • falseó trayectorias vitales,

  • manipuló textos de archivo,

  • reescribió biografías,

  • creó etiquetas (“verdugo”, “colaborador necesario”) sin comprensión real del contexto ni de las personas.

Si actúa con esa ligereza con alguien a quien no conoce en absoluto, no resulta descabellado pensar que haya actuado igual con muchos otros.


6. El aplauso fácil y la ausencia de contraste

El propio autor reconoce que, tras sus intervenciones, recibe agradecimiento de los familiares. Es lógico: ofrece respuestas inmediatas, relatos cerrados y una sensación de justicia simbólica sin necesidad de:

  • recorrer archivos durante años,

  • viajar por obligación,

  • gastar dinero que no se tiene,

  • consultar múltiples fuentes,

  • ni convivir con la duda, etc. etc

Lo que he hecho en el caso de mi padre —ir a las fuentes, contrastar, incomodarme, asumir costes personales y económicos— no es lo que él propone. Él ofrece soluciones rápidas, relatos redondos y una autoridad académica que tranquiliza.

Así es fácil recibir aplausos.
Y así es fácil
equivocarse gravemente.


6 bis. Señalar sin rigor: cuando la memoria se convierte en daño

El discurso de la memoria histórica no es inocuo. Tiene consecuencias reales sobre personas reales.

No es lo mismo investigar con prudencia que señalar públicamente a alguien como represor, “verdugo” o “colaborador necesario”. Esa etiqueta no se borra con facilidad, aunque sea falsa. Se proyecta sobre la familia, sobre los descendientes, sobre la reputación de una vida entera.

En el caso que me ocupa, esa forma de proceder afectó directamente a mi padre. Fue señalado injustamente, sin rigor y sin conocimiento de su trayectoria vital, en nombre de una supuesta justicia histórica que ni contrastó los hechos ni atendió a la memoria familiar cuando esta desmentía el relato.

Ese es el punto en el que la discusión deja de ser historiográfica y se vuelve profundamente ética.

Porque sin verdad no hay memoria.
Y sin rigor,
señalar a alguien es una forma de violencia.

El discurso de la memoria histórica no es inocuo. Tiene consecuencias reales sobre personas reales.

No es lo mismo investigar con prudencia que señalar públicamente a alguien como represor, “verdugo” o “colaborador necesario”. Esa etiqueta no se borra con facilidad, aunque sea falsa. Se proyecta sobre la familia, sobre los descendientes, sobre la reputación de una vida entera.

En el caso que me ocupa, esa forma de proceder afectó directamente a mi padre. Fue señalado injustamente, sin rigor y sin conocimiento de su trayectoria vital, en nombre de una supuesta justicia histórica que ni contrastó los hechos ni atendió a la memoria familiar cuando esta desmentía el relato.

Ese es el punto en el que la discusión deja de ser historiográfica y se vuelve profundamente ética.

Porque sin verdad no hay memoria.
Y sin rigor,
señalar a alguien es una forma de violencia.


7. “Estoy con las víctimas”: la frase que lo justifica todo

Ríos Carratalá repite una idea que le gusta mucho:

mi trabajo carece de sentido si no contribuye a fortalecer la memoria de unas víctimas que no solo perdieron la guerra, sino también la historia”.

¿Quién podría estar en contra de esto?

Pero la pregunta incómoda es otra:
¿con qué víctimas?

Porque en su esquema:

  • unas son víctimas,

  • otras no,

  • unas merecen memoria,

  • otras deben ser señaladas,

  • y él decide las etiquetas necesarias para que su relato quede ideológicamente inmaculado.

No es memoria histórica plural: es memoria selectiva al servicio de una revancha simbólica permanente.


8. Especialistas, archivos… y memorias familiares incómodas

El texto concluye con una separación interesada:

Al margen del trabajo académico, siempre circunscrito a los especialistas, solo queda la memoria familiar”.

Pero ¿qué ocurre cuando la memoria familiar no encaja con el relato del historiador?

En mi caso, la memoria familiar —bandos, checas, exilio, etc. son vivencias de mi abuela, mis tíos, mi padre— ha sido directamente ignorada, negada o pisoteada.

No porque no exista, sino porque no conviene.

La memoria familiar solo vale cuando confirma el relato previo. Cuando lo cuestiona, se descarta.


9. Conclusión

Los familiares de las víctimas no es una entrada inocente ni meramente humanitaria. Es un texto programático.

En él, Juan Antonio Ríos Carratalá:

  • se erige en historiador justiciero,

  • utiliza el dolor ajeno como legitimación moral,

  • decide quién merece memoria y quién merece señalamiento,

  • y sustituye el contraste riguroso por la autoridad académica y el aplauso emocional.

Cuando el dolor se convierte en método, la historia deja de ser búsqueda de verdad y pasa a ser instrumento ideológico.

Y ahí no solo se traiciona a la historia.
También, y sobre todo,
se traiciona a las propias víctimas.

El problema no es recordar a las víctimas, sino decidir de antemano cuáles merecen serlo. Cuando solo se reconoce el sufrimiento que encaja en un relato ideológico, la memoria deja de ser un acto de justicia y pasa a ser un ejercicio de exclusión.
Cuando se decide de antemano quién merece ser recordado como víctima y quién debe ser señalado como represor, la historia deja de buscar la verdad y pasa a repartir culpas. Y en ese reparto, el error no es inocente: deja heridas que no se cierran.

lunes, 22 de diciembre de 2025

EL AVAL QUE TODO LO EXPLICA ( O ESO CREE EL AUTOR )

 

(A propósito de “Una jornada con Marc Carrillo, catedrático de Derecho Constitucional”)

Micrófonos amigos, colegas juristas y la estratosfera del ego
Cuando el aval sustituye a la corrección


1. Análisis de una entrada de blog

  • Autor: Juan Antonio Ríos Carratalá

  • Blog: Varietés y República

  • Fecha: miércoles, 6 de marzo de 2024

  • Título original: Una jornada con Marc Carrillo, catedrático de Derecho Constitucional

  • Enlace:
    https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/03/una-jornada-con-marc-carrillo.html

  • Contexto:
    Entrada de carácter institucional y autopromocional en la que el autor relata una jornada académica en la Universidad de Alicante con el catedrático emérito de Derecho Constitucional Marc Carrillo, combinando agradecimientos, difusión mediática y una afirmación explícita de legitimación académica de su propio trabajo.



2. Estrategia discursiva: legitimarse por proximidad

La estrategia central de esta entrada no es el análisis del libro de Marc Carrillo ni el debate jurídico sobre el derecho represivo, sino algo mucho más sencillo y eficaz: la legitimación por proximidad.

El texto se articula en tres movimientos claros:

  1. Escenario universitario (Universidad de Alicante): prestigio institucional.

  2. Altavoces mediáticos (Radio Alicante – Cadena SER, diario Información): visibilidad sin fricción.

  3. Colega jurista de alto rango (Marc Carrillo): aval académico.

El autor no discute, no problematiza ni contrasta. Se muestra acompañado, invitado, escuchado. El mensaje implícito es evidente: si estoy aquí, si hablo con ellos, si me invitan, es que lo que hago está bien.


3. El micrófono incondicional: Arcaya y la ausencia de contraste

La mención a Carlos Arcaya no es anecdótica. Se trata de un periodista que le ha brindado micrófono incondicional durante más de una década.

No se trata de cuestionar la profesionalidad del periodista, sino de señalar un hecho objetivo:
en estas intervenciones
no hay contraste, no hay preguntas incómodas, no hay confrontación con los errores documentados que pesan sobre la obra del autor.

El micrófono funciona como espacio de autopresentación, no como ejercicio periodístico. Y eso refuerza un relato cómodo, circular y autocomplaciente.


4. “Gracias a colegas como Marc Carrillo…”: el salto lógico

El núcleo problemático de la entrada está en este párrafo:

Gracias a colegas como Marc Carrillo y otros juristas que me han ayudado, creo haber superado esta dificultad…”

Aquí se produce un salto lógico injustificado:

  • Haber hablado con juristas

  • haber eliminado errores

  • haber comprendido correctamente los procedimientos

  • haber dejado de cometer inexactitudes

Porque, a fecha de hoy, el abanico de errores e inexactitudes es amplio y verificable, especialmente en lo que respecta a los procedimientos judiciales que nos ocupan.

Si esos juristas existieron —y no hay motivo para dudarlo—, no parece que hayan aclarado los aspectos esenciales sobre los que el autor sigue pontificando con seguridad magistral, pero con escaso conocimiento real.


5. El aval como coartada frente a la crítica

Resulta especialmente llamativo que el autor afirme:

los futuros historiadores tendrán un camino allanado…”

cuando, por otra parte, ha sostenido que “mi actuación pone en peligro la investigación en España”, llegando a presentarme poco menos que como una amenaza para la libertad académica.

Ambas cosas no pueden ser ciertas al mismo tiempo.

O bien:

  • la investigación está en peligro,
    o bien:

  • el camino está allanado gracias a libros modélicos.

Esta contradicción no se explica ni se resuelve. Simplemente se ignora.


6. El ego en la estratosfera

El resultado final de la entrada no es la difusión del trabajo de Marc Carrillo, sino la autoubicación del propio autor en una posición incuestionable:

  • rodeado de colegas prestigiosos,

  • difundido por medios afines,

  • agradecido y agradecible,

  • convencido de haber alcanzado una suerte de culminación metodológica.

Todo ello mientras los errores persisten y las críticas documentadas se despachan como ataques ideológicos o incomprensión.


7. Conclusión

Una jornada con Marc Carrillo no es una entrada informativa ni académica. Es un ejercicio de blindaje discursivo.

El autor no demuestra que haya superado errores: afirma que los ha superado.
No responde a las críticas:
las rodea de avales.
No corrige:
se legitima.

Y en ese proceso, el prestigio ajeno —universitario, mediático y jurídico— se convierte en coartada perfecta para seguir dando lecciones magistrales sin afrontar los problemas reales de su trabajo.

domingo, 21 de diciembre de 2025

CUANDO LA NOSTALGIA SE DISFRAZA DE RIGOR

 
(A propósito de “La «agüita amarilla» de Pablo Carbonell”)


De la retranca generacional a la ficción “rigurosa”
Varietés, memoria personal y el historiador que se mira al espejo



1. Ficha de la entrada analizada

  • Autor: Juan Antonio Ríos Carratalá

  • Blog: Varietés y República

  • Fecha: miércoles, 28 de febrero de 2024

  • Título original: La «agüita amarilla» de Pablo Carbonell

  • Enlace:
    https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/02/la-aguita-amarilla-de-pablo-carbonell.html

  • Contexto:
    Entrada de carácter autobiográfico y ensayístico en la que el autor reflexiona sobre el envejecimiento, la nostalgia generacional y la figura de Pablo Carbonell, mezclando recuerdos personales, referencias culturales y juicios ideológicos.


2. No es una excepción: es un tipo de texto recurrente

A primera vista, podría pensarse que esta entrada no merece un análisis crítico. No contiene documentos, ni archivos, ni afirmaciones históricas explícitas. Sin embargo, precisamente por eso resulta significativa.

Textos como este abundan en el dilatado blog Varietés y República: artículos construidos a partir de añoranzas personales, recuerdos familiares, juicios generacionales y retranca ideológica, firmados por un catedrático de Literatura Española que actúa como historiador “de literatos”, aunque en muchos casos dichos textos tengan poco o nada que ver con un trabajo histórico propiamente dicho.

Lo relevante es que el propio autor reconoció en sede judicial (Cádiz, 14 de octubre de 2024) que este tipo de artículos terminan siendo traducidos en libros presentados después como investigaciones. Es decir, no estamos ante simples columnas personales: estamos ante materia prima editorial para obras que reclaman autoridad académica.


3. Autorretrato, superioridad moral y ficción confortable

Esta entrada no pretende ser una investigación, ni siquiera un análisis cultural en sentido estricto. Es, ante todo, un ejercicio de autorrepresentación.

En La «agüita amarilla» de Pablo Carbonell, Ríos Carratalá se sitúa de nuevo en el centro del relato:

  • como observador lúcido del paso del tiempo;

  • como ejemplo de envejecimiento “con decoro” frente a otros que “envejecen mal”;

  • como intelectual coherente, irónico y libre de dogmatismos.

Todo ello se articula mediante una escritura amable, nostálgica y cargada de ironía. Nada objetable si se mantiene en el terreno de la literatura personal y se presenta explícitamente como tal.

El problema aparece cuando ese mismo tono —la ironía, la fantasía, el juicio moral implícito— se traslada después a personas reales, con nombre y apellidos, y se presenta como “rigor investigador” o incluso como “ficción rigurosa”.


4. Cuando la fantasía sustituye a la biografía (y falla estrepitosamente)

Este texto conecta directamente con un precedente mucho más grave: la forma en que el propio Ríos Carratalá se refirió a Antonio Luis Baena Tocón.

En distintos momentos llegó a afirmar —más o menos explícitamente— que mi padre:

  • permanecía calladito y escondido”;

  • que los “biógrafos hernandianos no dieron con su paradero”;

  • o que llevaba una suerte de doble vida o doble personalidad.

Hay que ser extraordinariamente fantasioso para sostener algo así.

La realidad es fácilmente verificable y completamente distinta:

  • Antonio Luis Baena Tocón vivió en Córdoba desde 1958 hasta su fallecimiento en 1998.

  • Trabajó, en parte, en el Ayuntamiento de Córdoba, "al servicio de" Julio Anguita (corrigiendo a Ríos, en servicio a la sociedad estando Julio Anguita como Alcalde de Córdoba)

  • Solicitó otros destinos administrativos (Sevilla y Madrid), que no obtuvo por motivos ajenos a él.

  • No tenía ningún motivo para esconderse.

  • Y, de hecho, nunca se escondió.

Durante más de cuarenta años hubo tiempo de sobra para saber de él. Su teléfono particular y dirección particular estuvieron publicados en la guía telefónica, era de fácil acceso y lo utilizaban tanto vecinos del barrio, personas desconocidas que requerían su atención, como personas perfectamente conocidas. Entre quienes le llamaban se encontraban entre estas últimas, según recuerdo directo, el propio Julio Anguita, el teniente general Gutiérrez Mellado o el economista Ramón Tamames, entre otros muchos.

Ese mismo teléfono sigue existiendo hoy (lleva más de 50 años de uso): lo conserva mi hermana, a quien el catedrático ha manifestado haber intentado localizar antes de sus publicaciones. Sin embargo, afirmó en sede judicial haberla buscado en Murcia, como podría haberlo hecho en Budapest. Una afirmación poco creíble —buscar a una persona en Murcia sabiendo que vive en Córdoba— tal y como quedó reflejado en la sesión judicial del 14 de octubre de 2024 en Cádiz. Muy poco “rigurosa” resulta aquí su investigación.

A Ríos Carratalá, por cierto, no le gustaron los comentarios de Julio Anguita sobre mi padre (tal y como manifiesta en Nos vemos en Chicote, algo que el propio autor despacha atribuyéndolo a una supuesta “doble personalidad” o “doble vida”). No estamos ante una interpretación discutible, sino ante un desconocimiento absoluto de la vida real de la persona sobre la que se escribe, adornado con imaginación literaria.

Aquí la “retranca” deja de ser simpática y deja de funcionar como recurso literario para convertirse en pura invención biográfica.


5. Del recuerdo personal a la “desmemoria progresista”

La escena se vuelve todavía más inquietante cuando quien escribe se permite explicar lo vivido por otros desde una posición de superioridad académica. Como resumía irónicamente una reacción personal:

Este señor nos va a contar lo que mi familia vivió en la guerra y posguerra inmediata (como mi abuela paterna, tíos paternos) y otros hasta el final de sus días (mi madre especialmente, tíos, hermanos, primos y yo mismo ) vivimos en primerísima persona; por ejemplo, cuando mi padre solicitó destino en Madrid y aquello me afectaba y viví muy directamente..., con su ‘rigor investigador’, reescribiendo la vida de toda una familia. ¡Manda narices!”

El resultado es paradójico:
una memoria histórica convertida en
desmemoria progresista, celebrada y aplaudida por colegas y amigos ideológicos, mientras se ignora —o se deforma— la experiencia real de quienes sí estuvieron allí.


6. El problema de fondo: cuando el estilo suplanta al método

Esta entrada, en apariencia inofensiva, ilustra a la perfección el problema central del blog Varietés y República: la sustitución del método histórico por el estilo personal.

La nostalgia, la ironía y la memoria subjetiva no son defectos en sí mismos. Pero cuando se utilizan para:

  • rellenar lagunas documentales;

  • justificar afirmaciones no probadas;

  • o reescribir la vida de terceros,

entonces el rigor investigador se desploma y queda reducido a una pose retórica.


7. Conclusión

La «agüita amarilla» de Pablo Carbonell puede leerse como un texto entrañable si se acepta como lo que es: un ejercicio de nostalgia generacional.

Pero cobra un sentido muy distinto cuando se inserta en una práctica reconocida de convertir este tipo de escritos en libros de supuesta investigación histórica.

Ahí deja de ser inofensiva y pasa a ser reveladora: no de una trayectoria historiográfica sólida, sino de un modo de escribir en el que la imaginación, la ironía y la autocomplacencia ocupan el lugar que debería corresponder al método, a los documentos y, sobre todo, a la verdad histórica.

sábado, 20 de diciembre de 2025

LA HONESTIDAD SELECTIVA DEL HISTORIADOR

 

¿Cómo se corrigen errores menores mientras se sostienen falsedades mayores?.

Cuando corregir un detalle sirve para no corregir lo esencial: El rigor que se proclama… y el que se elude.



1. Crítica de una entrada de blog

  • Autor: Juan Antonio Ríos Carratalá

  • Blog: Varietés y República

  • Fecha: martes, 13 de febrero de 2024

  • Título original: Álvaro Retana en El tiempo de la desmesura

  • Enlace:
    https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/02/alvaro-retana-en-el-tiempo-de-la.html

  • Contexto:
    Entrada de apariencia académica en la que el autor anuncia nuevas investigaciones sobre el novelista Álvaro Retana y detalla consultas archivísticas. El texto culmina con la corrección de un error menor detectado en una obra anterior, presentada como ejemplo de honestidad historiográfica y de la saludable necesidad de revisar los propios trabajos.


2. Estrategia discursiva del autor

La estrategia de esta entrada es clara y eficaz en términos retóricos:

  • Exhibición de rigor investigador, con mención expresa de archivos y fondos documentales.

  • Escenificación del trabajo en curso, subrayando lagunas, pérdidas documentales y dificultades de catalogación.

  • Reconocimiento controlado de un error menor, inmediatamente subsanado.

  • Autovaloración explícita de esa corrección como prueba de honestidad profesional.

El texto culmina en una afirmación que, tomada aisladamente, resulta irreprochable:

Siempre hay algún dato que debe ser corregido y hacerlo públicamente es una muestra de honestidad como investigadores.”

Nada que objetar… salvo cuando esa declaración se contrasta con la práctica real del propio autor en otros casos.


3. Corregir lo inocuo, ignorar lo decisivo

El error que aquí se corrige —la numeración de un título nobiliario— tiene varias características dignas de mención:

  • No afecta al núcleo interpretativo de la obra.

  • No daña el honor de ninguna persona concreta.

  • No ha sido amplificado durante años en libros, artículos o entrevistas.

  • No ha generado consecuencias mediáticas ni personales.

Precisamente por eso, puede corregirse sin dificultad. Y se corrige con satisfacción visible.

El contraste resulta inevitable cuando se observa que, durante más de una década, en tres ediciones de Nos vemos en Chicote y en numerosos textos y apariciones públicas, el mismo autor:

  • Ha mantenido afirmaciones falsas sobre Antonio Luis Baena Tocón.

  • Ha sido contradicho con documentos, pruebas y resoluciones judiciales.

  • Ha recibido solicitudes expresas de corrección o aclaración.

  • Y, aun así, no ha corregido nada.

Aquí no hay revisión pública, ni reflexión metodológica, ni satisfacción por el rigor. Hay silencio, minimización o huida hacia adelante.


4. La “necesidad de repasar” … según convenga

La apelación a la “necesidad de repasar los trabajos que tenemos los historiadores” suena especialmente tranquilizadora cuando se aplica a errores perfectamente inofensivos.

Mucho menos cuando lo que se cuestiona no es un ordinal nobiliario, sino:

  • la atribución de funciones que una persona no tuvo,

  • la distorsión de un papel histórico real,

  • o la construcción reiterada de un relato que afecta a la memoria y al honor de alguien con nombre y apellidos.

En esos casos, la revisión deja de ser una virtud académica y pasa a convertirse en un inconveniente narrativo.


5. Rigor académico y responsabilidad moral

Esta entrada permite plantear una cuestión de fondo que va más allá del caso de Álvaro Retana:

¿Qué entendemos por honestidad historiográfica?

¿Basta con corregir un detalle secundario para proclamarse riguroso, mientras se mantienen durante años afirmaciones falsas que afectan a personas reales?

¿Es señal de honestidad revisar archivos cuando el resultado no incomoda, pero relativizar documentos cuando desmontan un relato previamente construido?

La comparación es incómoda, pero esclarecedora:
el rigor se aplica con lupa en lo accesorio y con indulgencia en lo esencial.


6. Conclusión

La entrada dedicada a Álvaro Retana no es problemática por lo que investiga, sino por lo que revela sin proponérselo.

Ríos Carratalá se presenta como un historiador dispuesto a corregir errores, pero solo cuando esos errores:

  • no comprometen su relato ideológico,

  • no obligan a asumir responsabilidades,

  • y no exigen reparar un daño causado.

La honestidad, cuando es real, no necesita proclamarse.
Y cuando se proclama con tanto énfasis, suele ser porque conviene no hablar de aquello que sigue —muy oportunamente— sin corregirse.

viernes, 19 de diciembre de 2025

“UNA NOTICIA DE OK DIARIO”

 

1. Análisis de una entrada de blog

  • Autor: Juan Antonio Ríos Carratalá

  • Blog: Varietés y República

  • Fecha: miércoles, 24 de enero de 2024

  • Título original: Una noticia de OK Diario

  • Enlace:
    https://varietesyrepublica.blogspot.com/2024/01/una-noticia-de-ok-diario.html

  • Contexto:
    Entrada escrita como reacción a una noticia publicada en
    OK Diario que cuestiona públicamente el relato construido por el autor durante años en torno a Antonio Luis Baena Tocón y su supuesta vinculación con el caso de Miguel Hernández. Más allá de una simple réplica periodística, el texto revela la necesidad del autor de defender su método, su narrativa y su autoridad académica frente a una impugnación que pone en evidencia las consecuencias públicas de su forma de escribir y de presentar los hechos.


2. Estrategia discursiva del autor

En esta entrada, Juan Antonio Ríos Carratalá despliega una estrategia de autodefensa basada en el juego semántico y la ambigüedad calculada, cuyos elementos principales son:

  • Negación literal (“yo no he dicho que fuera asesino”).

  • Afirmación funcional (“colaborador necesario”), sin explicar al lector medio su alcance real.

  • Desplazamiento de responsabilidad hacia periodistas, medios o “lectores exaltados”.

  • Autovictimización académica, presentándose como objeto de una “denuncia contra mi trabajo como catedrático”.

  • Uso instrumental del prestigio bibliográfico (“si hubieran leído Nos vemos en Chicote…”).

  • Ataque ideológico difuso, utilizando irónicamente la etiqueta “la izquierda” según convenga al relato.

El resultado es un texto que aparenta rigor, pero que elude cuidadosamente el núcleo del problema: el efecto real, sostenido y público de sus publicaciones durante casi una década.


3. El punto central que se oculta: cómo se construye al “verdugo”

Ríos Carratalá afirma que es falsa la atribución de haber presentado a Antonio Luis Baena Tocón como “verdugo” o “asesino” de Miguel Hernández. Esta afirmación solo puede sostenerse si se ignora deliberadamente el conjunto de su obra, sus artículos, entrevistas y la recepción mediática que él mismo ha alimentado.

Durante años, el autor:

  • Introduce reiteradamente el nombre de Antonio Luis Baena Tocón en el sumario de Miguel Hernández...

  • Lo hace describiéndolo de facto como militar profesional, sin apenas formación y voluntario para ejercer represión a cambio de beneficios, cuando se encontraba realizando el servicio militar obligatorio.

  • Le atribuye una condición funcionarial que no tenía y unas facultades decisorias que tampoco tenía, presentándolo como alguien capaz de “firmar” u “ordenar” penas de muerte.

  • Le asigna el papel de secretario con competencias propias de un juez que no le correspondían.

  • Llega incluso a situarlo como secretario de consejos de guerra a los que nunca perteneció, extremo acreditado judicialmente en la sentencia contencioso-administrativa de Alicante.

  • Omite de forma sistemática que no firmó ninguna sentencia, ni tuvo capacidad para hacerlo.

Todo ello configura una construcción narrativa falsa, sostenida por insinuación, repetición y omisión, que permite al autor afirmar después que “nunca dijo” exactamente aquello que durante años permitió —y favoreció— que otros dijeran por él.

Este es el auténtico juego de trilero discursivo:
no decirlo explícitamente, pero decir lo suficiente, el tiempo suficiente, para que el lector saque la conclusión deseada.


4. El ejemplo judicial: cuando el discurso se desmorona

Las sesiones judiciales del procedimiento civil celebradas en Cádiz los días 14 y 15 de octubre de 2024 son especialmente reveladoras.

En ellas, Juan Antonio Ríos Carratalá repitió el mismo patrón discursivo ya conocido desde al menos 2016, cuando en una entrevista en la Cadena SER (Carlos Arcaya) utilizó el término “verdugo” en la promoción de su libro Nos vemos en Chicote….

En sede judicial:

  • Volvió a refugiarse en matices semánticos (“yo no he dicho”, “lo que quise decir”, “lo que se entendió”, “lo que dice la bibliografía”).

  • Un abogado de uno de los medios demandados llegó a sugerir en sesión judicial, de forma insólita, que el término verdugo podría haber sido originado por el propio demandante (yo).

  • Fue necesario responder leyendo un fragmento literal de Nos vemos en Chicote…, dejando en evidencia el artificio.

Todo ello consta en grabación judicial. No se trata, por tanto, de una interpretación subjetiva ni de un malentendido periodístico, sino de una estrategia discursiva reiterada, que se desmorona cuando sale del blog y entra en un juzgado.


5. El uso interesado de las sentencias

Otro elemento recurrente en esta entrada es el uso selectivo y oportunista de resoluciones judiciales.

El autor:

  • Alardea de no estar “personado” en el contencioso del TSJCV.

  • Sin embargo, alude a dicho procedimiento como si fuera un éxito propio.

  • No explica por qué existe ese procedimiento.

  • No concreta qué se discute en él.

  • Ni qué aspectos del mismo le resultan favorables o desfavorables.

Si no está personado y el procedimiento no va contra él, resulta legítimo preguntarse qué hace utilizándolo como argumento. La respuesta parece evidente: funciona como elemento retórico, no como información transparente. El detalle incómodo se omite; el titular se exhibe.

Se repite así el patrón ya visto con la sentencia contencioso-administrativa de Alicante: citarla sin explicar aquello que desmiente el relato construido.


6. Irene Tabera: una excepción que incomoda

El tratamiento que hace el autor de la periodista Irene Tabera merece una corrección sustancial.

Irene Tabera fue la única periodista en todo el país que:

  • Aceptó contrastar documentos.

  • Habló personalmente conmigo.

  • No me conocía previamente.

  • No actuó por afinidad ideológica ni “amiguismo”.

  • Ejerció su trabajo con rigor profesional.

Precisamente por eso rompe el esquema al que Ríos Carratalá parece estar acostumbrado: periodistas que reproducen su versión sin cuestionarla. Cuando alguien no lo hace, pasa automáticamente a ser parte del problema.


7. Propaganda encubierta

La entrada se cierra, una vez más, con autopromoción:

  • Anuncio del segundo volumen de Las armas contra las letras.

  • Mención a reseñas en El País y ABC, agrupadas irónicamente bajo la etiqueta “la izquierda”.

  • Conversión de un conflicto humano, familiar y judicial en material promocional.

El daño causado queda fuera del encuadre; el foco vuelve al autor.


8. Conclusión

Esta entrada de Ríos Carratalá no es una simple réplica a una noticia de OK Diario. Es un ejercicio de autodefensa retórica que:

  • Niega formalmente lo que ha construido materialmente.

  • Se refugia en tecnicismos para eludir responsabilidades morales.

  • Manipula resoluciones judiciales de forma interesada.

  • Y pretende cerrar el debate sin asumir ninguna rectificación.

Pero a estas alturas, afirmar que no ha presentado a Antonio Luis Baena Tocón como verdugo no solo resulta inverosímil. Es asombroso comprobar hasta dónde puede llegar la negación cuando personajes de este calibre son los que escriben —y difunden— la supuesta memoria histórica y democrática.

CUANDO LA MEMORIA SE MANIPULA: EL RELATO QUE SE IMPONE Y LA VERDAD QUE ESTORBA

  (A propósito de “Los textos antifascistas de Miguel Hernández”, Juan Antonio Ríos Carratalá, 3 de abril de 2024) Enlace: https://varietesy...