viernes, 23 de mayo de 2025

OTRA PRESENTACIÓN DE PERDER LA GUERRA Y LA HISTORIA

 Fraude persistente y blanqueo académico: la huida hacia adelante de Ríos Carratalá


Un amigo y antiguo compañero de instituto, Licenciado en Historia, que conoció bien a mi padre y sigue con interés las falsedades que se han vertido sobre él en los últimos años, me llamó indignado tras comprar Perder la guerra y la historia, del catedrático de Literatura Española de la Universidad de Alicante, Juan Antonio Ríos Carratalá. Más allá de sus impresiones generales sobre el libro —que ahora no vienen al caso—, lo que le enfadó de veras fue comprobar que, en el capítulo dedicado al represaliado Joaquín Dicenta Alonso, no aparecía el nombre de mi padre en absoluto. Su tono era casi de reproche, como si yo le hubiera hecho perder el tiempo.

Le contesté con ironía: que probara a devolver esa joya de la “investigación histórica”, sin duda celebrada por su coro de palmeros ideológicos. Él lo había comprado porque en la primera edición de Nos vemos en Chicote (2015), en la página 192, se afirmaba que Dicenta pasó “por las manos de mi padre”, como otras personas. Le recordé que en la reedición de 2019 se repite exactamente lo mismo (en la misma página). Y que en la reciente tercera edición también (en la misma página). Es decir: una falsedad más mantenida durante una década sin rectificación, lo que denota no un simple error, sino un fraude historiográfico sostenido y con mala intención. ¿Rigor académico? Mejor llamarlo mala praxis deliberada.

El propio Ríos Carratalá ha promocionado repetidamente Perder la guerra y la historia. En su página web anunció el 6 de mayo de 2025 una presentación en la Universidad de Alicante. En dicha publicación celebraba el acto como el colofón de “muchos meses de trabajo solitario” y agradecía la presencia de amigos y colegas. Aprovechaba además para anticipar el tercer volumen de su trilogía, titulado La colmena —un alarde de originalidad—, que según él estaba en proceso de revisión antes de entregarse a la editorial. Allí mismo anunciaba, según el índice, que incluirá un capítulo sobre mi padre. Otro más. Debe de pensar que aún no ha falseado lo suficiente.

Tendremos que esperar a la publicación para comprobar si, como es previsible, no rectifica, sino que remacha y blanquea sus anteriores invenciones. No en vano, ya declaró en una entrada de su blog —que conservo— que su énfasis en la figura de Baena Tocón se debía a que “su hijo” (es decir, yo) había puesto en entredicho su “rigor académico”. Una confesión que retrata su concepto de objetividad histórica: responde a las críticas no con documentación seria, sino con más difamación.

En esa misma publicación del 6 de mayo, como en tantas otras, vuelve a alardear de los apoyos

recibidos. Dice que “los intentos de censura en democracia están abocados al fracaso si el destinatario cuenta con los debidos apoyos y se mantiene firme en su labor como catedrático”. Así justifica, una vez más, su victimismo de manual. Se presenta como perseguido por ejercer su libertad de cátedra, cuando en realidad lo que se le ha cuestionado —y judicialmente condenado— es su falta de rigor y el daño causado a personas que ya no pueden defenderse.

El 22 de mayo, volvió a presentar Perder la guerra y la historia en San Vicente del Raspeig. Allí afirmó que “el historiador debe salir de las aulas universitarias para divulgar sus trabajos y colaborar con iniciativas ciudadanas que favorezcan el conocimiento de la historia”. Nada que objetar, creo que debe ser así… si esos trabajos fueran verdaderamente rigurosos y no se prestaran al bulo, al falseamiento interesado de vidas ajenas y a la manipulación sectaria de documentos históricos.


miércoles, 21 de mayo de 2025

¿CÁTEDRA O TRINCHERA?

 

Contra la memoria selectiva y el sectarismo académico.

La memoria ideologizada, el silencio ante el error y la herencia de un relato maniqueo.


Miércoles, 21 de mayo de 2025

A propósito del artículo “La continuidad de un largo camino” publicado por Juan Antonio Ríos Carratalá el 20 de mayo de 2025 en su blog Varietés y República, opta por una fórmula que le resulta familiar: entrelazar anécdotas personales con una narrativa ideológica que intenta elevar su experiencia individual a símbolo de una supuesta derrota histórica superada por esfuerzo, cultura y voluntad familiar. El tono es celebratorio, incluso entrañable en su envoltorio. Pero, como ya es habitual en sus publicaciones, bajo esa pátina de emotividad, se deslizan sin pudor los viejos recursos del sesgo, el agravio revivido y la falsa dialéctica entre vencedores y vencidos que tanto daño ha hecho a la convivencia y a la verdad histórica.

Esta vez, no menciona directamente a mi padre, como ha hecho reiteradamente en libros, artículos y entrevistas para convertirlo en emblema del “engranaje represivo” de la dictadura. Pero lo hace de forma indirecta, con los mismos mecanismos de distorsión: proyectando una división moral de la historia, donde unos, como su padre, representan la cultura truncada por el franquismo, y otros, como el mío, son presentados como parte del aparato opresor, incluso cuando simplemente cumplían un servicio militar obligatorio, cuando su profesión no era militar, y cuando nunca ocuparon el papel de verdugos que él les atribuye con frialdad narrativa pero implicación ideológica.

No es la primera vez que el catedrático habla de su servicio militar —y del de su padre— como experiencias diferenciadoras que, por contraposición, permiten descalificar al otro. Él, becario después de la mili; su padre, derrotado al volver del frente. Y en el otro extremo de su imaginario, los “vencedores”, entre los que sitúa sin matices ni documentación veraz a personas como mi padre. Esta estrategia, que a menudo pasa desapercibida, constituye una forma de reescribir la historia familiar de los demás a conveniencia del propio relato.

Por eso es necesario preguntarle al profesor Ríos Carratalá:
—¿Qué diferencia había entre su paso por el servicio militar y el de aquellos a quienes etiqueta como “militares franquistas”? ¿Acaso no recibió órdenes? ¿No se enfrentó a abusos de poder, humillaciones, castigos o arbitrariedades? ¿No conoció injusticias en los cuarteles durante la Transición?
Y sobre todo:
—¿Qué autoridad moral le permite convertir en represores a quienes, como mi padre, cumplieron ese mismo servicio en condiciones mucho más duras, bajo una dictadura, y sin posibilidad de elegir?

Convertir el cumplimiento forzoso de una obligación legal en prueba de afinidad política es una manipulación consciente. Más grave aún cuando, como ha hecho Ríos Carratalá en sus publicaciones, se otorgan rangos, funciones o responsabilidades que nunca existieron, ignorando por completo el verdadero oficio, trayectoria o contexto vital de la persona. El problema no es solo que incurra en errores —que ya sería grave en un catedrático—, sino que, cuando se le muestran pruebas documentales de esos errores, elige el camino de la obstinación, del desprecio y del silencio.

Y lo que es peor: en lugar de asumir o rectificar sus publicaciones malintencionadas o erróneas, elige la huida hacia adelante (como viene haciendo desde 2019). Mantiene lo falso, lo amplifica, lo incorpora a nuevas versiones y lo adereza con retórica emocional o referencias literarias para blindarse frente a cualquier revisión.
Esto ha quedado patente tras su
condena judicial por intromisión ilegítima en el honor, sentencia que ha evitado afrontar públicamente mientras continúa reeditando contenidos ya enjuiciados.
Esa actitud no es propia de un historiador que se precie: es el síntoma de un sectarismo que desnaturaliza la labor académica y transforma la cátedra en tribuna ideológica.

En este reciente artículo, el profesor habla de relevo generacional, de su hijo doctor, y de la memoria familiar como transmisión de valores. Todo eso es legítimo. Lo que resulta inquietante es que esa memoria heredada parezca construida sobre una visión tan estrecha y excluyente del pasado, que convierte en símbolo de resistencia lo que podría ser una experiencia más amplia y compartida. Ni su padre fue un “perdedor” como él insiste en presentarlo, ni el mío un “vencedor” con privilegios que jamás existieron. Lo que hay son vidas complejas, heridas distintas, esfuerzos silenciosos y muchas personas —en ambos bandos— que sufrieron, callaron o trabajaron dignamente sin convertirse en estandartes ideológicos.

La historia no se construye desde el resentimiento, ni la cultura desde la revancha. Sin embargo, cuando se afirma que “la voluntad de un dictador puede ser quebrada por el empeño de una familia”, se está proyectando a la siguiente generación una lectura falsamente heroica y peligrosamente maniquea. ¿Qué se le está transmitiendo exactamente al hijo? ¿El deseo de conocer, enseñar y dialogar? ¿O la convicción de que el mundo sigue dividido entre los buenos que recuerdan y los malos que deben ser combatidos, incluso desde la tribuna académica?

En nombre del respeto a la cultura, la libertad y la tolerancia —palabras que Ríos Carratalá menciona para concluir su artículo— convendría también aplicarlas a los otros, a los que no entran en su canon ideológico. Porque la tolerancia, si es solo para los afines, no es tal. Y la libertad, si se usa para difamar sin rectificación, se convierte en privilegio inmerecido.

No es la primera vez que el catedrático se coloca como símbolo de resistencia intelectual. Pero la peor forma de dictadura cultural es aquella que se disfraza de justicia histórica mientras margina voces, manipula trayectorias personales y utiliza la cátedra como trinchera para consolidar un relato cerrado, unilateral, excluyente.

En eso, desgraciadamente, sigue siendo ejemplar.
Y lo más preocupante es que este legado ideológico se transmite como si fuera sabiduría,
adoctrinando desde la familia y desde la cátedra con el mismo sesgo con el que se tergiversa la historia.

La universidad no puede ser refugio de quien, amparado en la autoridad del cargo, utiliza la historia como arma arrojadiza. La memoria, si no está basada en hechos contrastados, se convierte en herramienta de propaganda.

domingo, 18 de mayo de 2025

LA VERDAD FRENTE AL ESPECTÁCULO: DESMONTANDO EL VÍDEO DE DAVID COT PROMOVIDO POR RÍOS CARRATALÁ.

 Lunes, 19 de Mayo de 2025

El vídeo difundido en YouTube bajo el título “Intentan BORRAR la historia franquista (Caso Carratalá)”, publicado por un tal David Cot y promovido de forma supuestamente indirecta por el catedrático Juan Antonio Ríos Carratalá —quien lo difunde desde su blog con fecha 17 de mayo de 2025—, constituye una pieza más en la campaña de distorsión mediática iniciada hace años contra la figura de Antonio Luis Baena Tocón. Este montaje audiovisual no es una aportación histórica, sino una prolongación propagandística, plagada de falsedades, del mismo relato ideológico por el que Ríos ha sido condenado judicialmente en primera instancia por vulnerar el derecho al honor.

1. Un vídeo oportuno, una autoría encubierta

No es la primera vez que Ríos Carratalá intenta difundir su versión recurriendo a terceros. Ya lo hizo con una canción de tono similar. En ambos casos desliza públicamente su "esperanza" de que no haya nuevas demandas “contra quienes lo publican”, mientras se desmarca formalmente. Sin embargo, los términos, los calificativos y el enfoque del vídeo son calcados a los ya utilizados por él en artículos, entrevistas y libros. El rastro es evidente.

2. Difamación reforzada: una secuencia de falsedades

El vídeo acusa falsamente a Baena Tocón de:

  • Ser un verdugo o colaborador de crímenes de lesa humanidad.

  • Participar directamente en la condena de Miguel Hernández.

  • Formar parte de un pacto de silencio en la Transición.

  • Representar al aparato represivo del franquismo.

Todo ello carece de sustento documental. Baena Tocón fue abogado, no militar de carrera. Su participación como secretario en procedimientos judiciales respondía a exigencias formales de la normativa procesal de la época, como lo haría hoy un funcionario de justicia que estampa su firma en trámites que no decide. Nunca dictó penas, ni firmó sentencias, ni tuvo facultades de mando. La comparación con el policía que firma una denuncia ajena es exacta: la firma no implica autoría de los hechos.

3. Reescribir la historia, negar la persecución

En un ejercicio cínico, el vídeo niega incluso las persecuciones sufridas por Baena Tocón tras el asesinato de su padre a manos de milicianos republicanos. Se insiste en calificar a este funcionario leal a la República como una víctima “nacional” —según Ríos— y se ignora que jamás se corrigió ese error en sucesivas ediciones.

Más grave aún es que el vídeo acusa al hijo de Baena Tocón de iniciar una “persecución judicial”, cuando en realidad se ha limitado a ejercer su derecho constitucional a la tutela judicial efectiva. Es decir: se presenta como verdugo al demandante y como víctima al catedrático condenado, en una inversión moral tan burda como peligrosa.

4. Ataques a la jueza y desprecio a la justicia

El vídeo se suma al discurso de deslegitimación del proceso judicial: arremete contra la jueza que condenó a Ríos Carratalá, en línea con las descalificaciones ya vertidas por el propio catedrático. El objetivo es evidente: restar valor a la sentencia mediante ataques personales. Una estrategia tan conocida como reveladora.

5. El pretexto ideológico: memoria sin memoria

Se invocan lugares comunes: memoria democrática, antifranquismo, libertad de cátedra. Pero lo que se esconde detrás es una operación ideológica con nombre propio. Se niega el derecho al honor, se desprecia el principio de veracidad, y se convierte cualquier intento de refutar errores en censura o nostalgia autoritaria.

El vídeo incluso afirma que el demandante se molesta por que se relacione el nombre de su padre con la muerte de un personaje “querido”. No se trata de sentimientos. Se trata de que la relación es falsa. Baena Tocón no asesinó a nadie. Pero a Cot y a Ríos parece interesarles más sostener una narrativa que demostrar un hecho.

6. ¿Investigación o propaganda?

La denuncia de este tipo de vídeos no amenaza la investigación libre ni el debate histórico. Todo lo contrario: exige rigor, contrastación y respeto a los hechos. Nadie debe temer por publicar verdades verificables. Pero sí debería responder quien difunde mentiras deliberadas. Y el vídeo de Cot, difundido por Ríos, contiene muchas.

Se afirma que “la investigación está en peligro” por culpa del demandante. Lo que está en peligro es la verdad cuando se tolera la mentira como arma política o cultural. Cuando la historia se convierte en espectáculo de feria, lo que se erosiona no es sólo el pasado, sino la credibilidad del presente.

7. Una condena leve ante una campaña masiva

Ríos Carratalá ha sido condenado por una parte muy pequeña de lo que ha hecho. La sentencia es parcial, limitada, y no alcanza a cubrir la magnitud de sus publicaciones ni el impacto mediático que han tenido. Su estrategia ha sido siempre la misma: huida hacia adelante, blindaje ideológico, desprestigio personal del demandante.

Quien exige rigor, es atacado. Quien miente, se escuda en su cátedra. Y quien señala las falsedades, es acusado de censura.

8. Conclusión: lo que está en juego

Este vídeo no busca explicar. Busca confundir. No informa. Insinúa. No analiza. Condena. Y en su forma, fondo y difusión, podría ser incluso susceptible de una nueva demanda judicial.

Pero más allá de los tribunales, lo que aquí se juega es algo más serio: el derecho de cualquier ciudadano a no ser calumniado, a que la historia no se use como arma ideológica, y a que la justicia, cuando actúa, no sea convertida en blanco de una campaña de descrédito.

La verdad es demasiado importante como para dejarla en manos de quienes la usan como disfraz. Por eso hay que decirlo con claridad: no todo vale, ni en YouTube ni en la universidad.

13 DE JUNIO. SAN ANTONIO. EN MEMORIA DE MI PADRE, ANTONIOLUIS BAENA TOCÓN

  Cada 13 de junio, día de San Antonio, recuerdo con emoción a quien llevó ese nombre con dignidad y firmeza: mi padre, Antonio Luis Baena T...